domingo, 6 de marzo de 2011

Cambiar de paradigmas?


El oscurantismo que parece haberse apoderado de amplias mayorías de población, supuestamente ilustradas, ha permitido que algunos afortunados publicistas y editores de libros y películas muy publicitadas por famosos canales “culturales” de televisión, reafirmen la creencia de que todo lo que viene ocurriendo desde entonces, y hasta el futuro fin del mundo en el 3797, fue anunciado ya en el Siglo XVI por un médico, astrólogo, y adivino francés, Michel de Nostradamus.

Desastres y calamidades ocurren a toda hora, y en cualquier parte, la mayoría por imprevisión, y un buen número por evidentes intereses mezquinos, malvados propósitos y cruel brutalidad de los dueños del poder. No se requiere ser experto en esoterismo, ciencias ocultas, metafísica, o politología, para desentrañar los hilos que forman la trama de las maquinaciones perversas de los poderosos. Y en medio de tanta parafernalia, no faltan avivatos que lanzan el anzuelo -o las redes- para pescar en aguas revueltas. Y generalmente lo logran. 

Las potencias tradicionales sólo se ponen de acuerdo para declarar y hacer la guerra a países atrasados; por lo demás, parece que les importa un bledo el calentamiento global, el despilfarro de los bienes materiales, la explotación irracional de los recursos naturales, la pobreza extrema, el hambre, y las necesidades de miles de millones de personas, la contaminación de mares, ríos, suelos, bosques, atmósfera, y espacio exterior, y tantos males con los que se atropella el medio ambiente, la vida, la convivencia ciudadana, los derechos humanos y los mismos bienes culturales que conforman el patrimonio de la humanidad. 

Se viven tiempos turbulentos; la época en sí parece aciaga. Y trágica. Los cambios son tan vertiginosos que literalmente atropellan y se llevan por delante lo establecido. De improviso se producen revoluciones manifiestas, como un turbión desenfrenado y violento que parece querer arrasar con todo y no tener fin. El futuro es incierto. Y pareciera que la humanidad, y sus dirigentes, han perdido el control no sólo sobre el desarrollo y el progreso sino, incluso, sobre la propia supervivencia.

Esta es la tragedia de la sociedad de la información y el conocimiento. La percepción de que por primera vez la humanidad se encuentra al borde del abismo, en medio de la desesperanza y el miedo, con la sensación de vértigo, y la conciencia henchida de incertidumbre y angustia. Y sentimientos de fracaso, de estar irremediablemente perdidos.

Algo hay que hacer; es necesario un cambio, una liberación, una catarsis. De hecho, ya viene sucediendo. Un buen día, jóvenes y adultos, hombres y mujeres de un pueblo sufrido se pusieron en pie y demolieron con sus manos un odiado muro, el de la infamia. Todavía quedan otros, que también caerán. Y con ese Muro terminó una era, la de la modernidad y toda su esplendorosa y mezquina brutalidad. 

Hoy, en países emergentes, ciudadanos del común, gentes de a pie, se congregan en las plazas y hacen oír su voz: piden corregir situaciones injustas, de oprobio. Y los tiranos enmudecen. Pareciera ser que, a diferencia de antaño, no sólo se derrumban regímenes corruptos sino –sobretodo- sistemas perversos. Y perversidad hay por todas partes. Los viejos paradigmas de la modernidad son anacrónicos, están obsoletos y huelen mal. Se requieren nuevos paradigmas. Es hora de cambiar. 

Clandestino no desfallece; él cree que nos esperan mejores días. Más temprano que tarde se habrá de saludar una revolución mundial que instaure un sistema más fraternal, más justo, más humano, donde mujeres y hombres podamos ser por entero libres y vivir en paz.




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