martes, 4 de septiembre de 2012

El Conflicto:Ignorancia y estupidéz.

"Todos los cerebros del mundo son impotentes
contra cualquier estupidez que esté de moda".
Jean de la Fontaine.

"La estupidez insiste siempre".
Albert Camus.

El lado oscuro de nuestra personalidad.


Clandestino, que como buen soñador no hace otra cosa que pensar, pensar y pensar, ha elaborado la siguiente reflexión de auto descubrimiento y sanación. 

El viejo alienígena sospecha que, como Perogrullo, cotidianamente pensamos, creemos y afirmamos que el mal es el mal y el bien es el bien. 

No obstante, quizá en más de alguna ocasión  hayamos experimentado dudas, reticencias y cavilaciones acerca de lo que “nos han enseñado”, y lo que “nos han obligado a creer”, y hemos aceptado porque sí, inconsciente e irracionalmente. 

¿Se atrevería Ud. a poner en tela de juicio que el mal es realmente malo? ¿Dejaría  Ud. de estar tan seguro  que el bien es realmente bueno? 
Las atrocidades cometidas en nombre del bien, (léase: Dios, moral, ley, libertad, democracia, paz, etc.), en la lucha contra el mal, (léase: terrorismo, delincuencia, ilegalidad, injusticia, corrupción, impunidad, etc.), a lo largo de la historia, son un síntoma de que algo no funciona correctamente en la sociedad. Esto, que ha ocurrido antes, continúa ocurriendo hoy, en Oriente, y en Occidente, afuera, y aquí dentro, en nuestro país. 

¿Quién, o qué, determina qué es el bien, y qué es el mal, en la esfera pública de la personalidad colectiva? ¿La “sociedad”, los grupos económicos, los medios de comunicación, los gobiernos, las iglesias, las aristocracias, las oligarquías, quién? ¿Quién, o qué, determina qué es lo bueno, y qué es lo malo, en la esfera privada de la personalidad individual? ¿La “tradición”, la familia, el colegio, la religión, el dinero, la fama, la vanidad, el conocimiento, quién?

Razonablemente, casi con una certeza indiscutible, podríamos sostener que el mal es el lado oscuro de la personalidad, la sombra, lo torvo, lo mezquino, lo perverso, lo inmoral, lo animalesco, lo demoníaco, lo infernal, lo que a toda costa queremos ocultar de nuestra mente, nuestra vida, nuestra cultura, y nuestra historia. 

Por ejemplo: 
  • la violencia con que se agrede y se reprime para acallar y anular a quien disiente. 
  • los atentados, las desapariciones, las torturas, las masacres y toda esa sarta de comportamientos sanguinarios y brutales para eliminar al “enemigo”. 
  • el miedo, el dolor, la desesperanza y la miseria que se esparcen por doquier en la “lucha contra el mal”. 
  • la codicia, la avaricia y la voracidad para robar, despojar, esquilmar y arruinar a los otros bajo el supuesto de la libre empresa, la libertad de comercio, el mercado, el régimen económico, el derecho de propiedad, etc. 
  • la astucia para mentir, embaucar, engañar, tramar, y cubrir con falsos ropajes de legalidad lo que es sucio, torvo y depravado, sin el más mínimo reato de conciencia. 
  • el impudor, el egoísmo, la mezquindad, la intolerancia, la impiedad. y el cinismo para justificar y legitimar las acciones más innobles e inhumanas. 
  • la ferocidad con que se declaran y realizan las guerras -externas e internas- para combatir y eliminar la tiranía e implantar unas “supuestas” libertad, democracia, paz y desarrollo. 
  • la depredación de los bienes de la naturaleza para acumular ilegítimamente riqueza, ganancia y plusvalía. 
  • la destrucción del medio ambiente que a todos pertenece y todos requieren para su supervivencia digna y gratificante. 
  • la indebida utilización de los bienes de la cultura para menospreciar y explotar al otro, el humilde, el rústico, el pobre, el que menos tiene, el que es sencillo. 

Necesitamos cambiar nuestra percepción íntima de ese lado lado oscuro que no nos permitimos ver. Requerimos tomar ese lado oscuro, iluminarlo e integrarlo en un proceso de sanación, auto curación, catarsis, ayuda y conversión, más benéfico, placentero, dignificante y realista que pretender suprimir el “mal”, (o lo que nos han hecho creer que es el mal). Cuando menos, sería éticamente menos dañino que perseverar en continuar obrando equivocadamente –haciendo el mal- en nombre del “bien”. 

Quizá, de esa manera podríamos conocer un costado de nuestra personalidad desconocido o no explorado, impulsivo e incontrolable, y prevenir que ese lado reprimido explotase en cualquier momento volviendo añicos nuestro corazón, nuestro ser, y poniendo en vilo nuestra propia supervivencia. Ya ha ocurrido antes y nos hemos hecho mucho daño. ¿Cuántas tragedias más deberán producirse para caer en cuenta de nuestro tremendo error? 

Necesitamos rectificar. Necesitamos lidiar con ese lado “oscuro” de nuestra personalidad, que no vemos –o no queremos ver- y que resulta morboso y funesto a nuestra autoestima, e integrarlo positivamente en la parte consciente y proactiva de nuestra personalidad; esto es mucho más razonable, benéfico, práctico, útil, placentero y dignificante que desconocerlo, negarlo y ocultarlo. 

Somos injustos, miserables e inhumanos, y creamos un ambiente tenso, explosivo, indigno, cuando descargamos la ira reprimida que llevamos dentro en lugares o personas que no merecen esa furia incontrolada y bestial de nuestro yo inferior. Quizá sea una sensibilidad a flor de piel que debemos cultivar para decir la verdad, y para desarrollar sentimientos de humanidad, solidaridad, comprensión, piedad, ternura. 


La oscuridad quizá no sea otra cosa que la proyección de nuestro yo inferior, reflejado en lo que supuestamente nos molesta de los demás, y que  en realidad es lo que no queremos reconocer en nosotros. La sombra quizá radique en la creencia en “valores” impartidos por la cultura detrás de los cuales se encuentran las máscaras con que se aliena y se reprimir al yo verdadero. 

Aceptar e integrar el “demonio” en nuestra vida quizá nos permita convertirnos en verdaderos humanos. Rechazarlo, excluirlo y “satanizarlo” quizá nos haya vuelto seres reprimidos, y nos haya conducido a mentirnos y andar por la vida con el disfraz de “santos” sin saber realmente quiénes somos. 

Descubrir que podemos ser “malos” conscientes, tiernos, delicados, sencillos y amorosos no es una locura; es mucho mejor, más honesto y pulcro que andareguear por la vida disfrazados de “buenos” que en realidad son hipócritas, fanáticos, intolerantes, violentos e inhumanos. 

Esta nueva percepción podría ayudarnos a transformar la historia dramática que nos ha tocado en suerte sufrir y padecer. Merecemos una segunda oportunidad, más luminosa y feliz.

Seamos realistas: necesitamos cambiar de paradigmas. Para ello es necesario comenzar por quitarnos la venda de los ojos.




No desfallezcamos. Nos esperan mejores días.